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Reflexión sobre educación de Gabriel Castillo*, Premio Nacional de Educación 1997

“Los educadores”

“…hay sin embargo, hombres que son educadores de un modo más constante y permanente. No son educadores de un solo hombre, sino de varios, no son educadores de un modo accidental, sino de un modo más permanente. Son hombres en quienes el nombre del educador tiene un uso más legítimo y más propio. Es a ellos a quienes se puede llamar, con certeza, educadores.

No siempre estos hombres ocupan una función que pudiera estimarse educativa. No siempre son padres de familia, profesores o comunicadores sociales. Pueden ser también vendedores, deportistas, carpinteros, arquitectos, suplementeros.

Son educadores no por el sitio que ocupan en la relación social, sino porque creen en el valor de toda vida, porque han descubierto el sentido del servicio, porque son firmes en su esperanza, porque toman parte activa en la construcción de la comunión; en suma, porque, día a día, siguen su vocación humana.

Son educadores porque según la expresión de H. Nohl en su “Teoría de la Educación” en ellos se encuentran vivientes las tareas humanas y porque, en su palabra hecha carne, los hombres obtienen energía personal.

Son educadores porque son testigos de que la vocación de hombre, aún en la más dura adversidad, es posible de ser seguida.

Son educadores porque no hablan de la justicia, de la esperanza, de la solidaridad o de la verdad, como de cosas que han leído en los libros. Antes bien parecen habitar un mundo interior en que esas realidades les son conocidas y cercanas. Ellos educan sin poder evitarlo. Educan porque han descubierto el sentido de la vida, porque son alegres, porque son verdaderos, porque están habitados por la esperanza. Educan porque ellos ya están siendo lo que los demás hombres todavía tienen que aprender a ser…

…llevan el nombre de educadores porque han recibido un llamado especial a educar, porque cualesquiera hayan sido sus condiciones de crecimiento personal, han sido de hecho, convocados a tomar parte directa en el desarrollo humano de otros hombres…a veces tienen que trabajar con niños pequeños… a veces les toca trabajar con adolescentes … a veces les toca trabajar con adultos… y tiene que ser para esos alumnos, un signo de confianza en el valor siempre vigente y siempre irrenunciable de toda existencia.

…se les puede encontrar en lugares inhóspitos, alejados, aislados,… se los puede encontrar en barriadas… en las grandes urbes… en ocasiones en verdaderas aulas… en otras en aulas que son viejos buses… viejas construcciones, frías y miserables, pero siempre afirmados porfiadamente de la esperanza en sus alumnos… se los puede encontrar en sofisticados centros de estudios superiores, siempre verdaderos, siempre claros, sencillos, enseñando con su testimonio, a separar lo transitorio de lo permanente; y mostrando, porque ellos lo han hecho primero, que la estatura del hombre no se construye sobre la base de suprimir el límite y el fracaso, sino sobre la base de percibir, aún en el límite y el fracaso, el hilo que conduce a la alegría de ser”.

 

(Texto seleccionado por Iván Amadeo Salas Madrid, de la Red de Maestros de Maestros, Arica, de Castillo, G. “Educación de Anticipación” (1997). 3ª Edic. Chilena corregida).

 

*El profesor Gabriel Castillo Inzulza, nacido en Talca en 1927, Premio Nacional de Ciencias de la Educación 1997, es Profesor de Castellano de la Universidad de Chile, Consejero Educacional y Vocacional de la Pontificia Universidad Católica de Chile y  Magíster en Educación de esta misma universidad. Ha desempeñado diversos e importantes cargos en educación; fue enviado por el gobierno de Chile en 1966 para estudiar la reforma educacional de Francia, Inglaterra y Alemania; fue profesor de latín en el Liceo Manuel DE Salas y de castellano en el Liceo de Hombres N° 10 de Santiago. Ha sido profesor de Orientación en la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Católica. En 1968 asumió como profesor investigador del CPEIP.

Cuando recibió el Premio Nacional de Educación, el jurado dijo de él: “ha consagrado su vida a la educación, tanto en el campo de la docencia como en el estudio y de modo particular se consideran sus aportes a la orientación educacional de la cual es un verdadero precursor”.

Todo lo anterior son méritos del Prof. Gabriel Castillo, pero son títulos, cargos: lo más valioso de él verdaderamente, es lo casi inefable, su ejemplo, su profunda vocación pedagógica, que transmite con su sola presencia: es uno de los grandes educadores que tiene y ha tenido el país. En su quehacer pedagógico, la fe en la capacidad del alumno, de todos los estudiantes, siempre era y es una convicción, palmaria y potente. Contagiosa e inspiradora. Todos pueden aprender, cada uno desde el que es. La fe profunda en el ser humano que debe tender hacia el que es en esencia. Parece fácil en teoría; difícil convertirlo en vida, en un arte pedagógico. Quienes han sido sus alumnos suelen (solemos) reconocerse como discípulos de él y, por lo tanto, entre sí. Las enseñanzas de este maestro han marcado a generaciones de orientadores, los que se identifican con la Escuela de Anticipación, una pedagogía centrada en develar las potencialidades de cada uno y desplegarlas. Dios no se equivoca con su creación y en todos existen dones que solo hay que hacer florecer.

(JMR, abril de 2018)

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