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EL PADRE PATITO, JOSÉ NICANOR GARCÍA MONTERO, OSA

Ha muerto un hombre santo, el P. José Nicanor García Montero, OSA, el Padre Patito. Los recuerdos que de él hace en la misa de los agustinos en el centro –la que pudimos seguir por YouTube–,  en una solitaria iglesia por la pandemia, el Provincial de la Orden en Chile, P. José Ignacio Busta, habla de un hombre, un sacerdote que caló profundamente entre sus hermanos religiosos y en quienes lo conocieron, por su compromiso sacerdotal, su alegría que lo hacía que siempre cantara, su devoción por la Madre del Buen Consejo, su adhesión al hábito, con el que siempre se le vio; por algunos de los sucesos de su vida, como cuando en su juventud, conoce al P. Alberto Hurtado, quien le indica que golpee la puerta de los agustinos, quienes lo recibirían. Y así fue. Otra vez, ya sacerdote agustino, un hermano religioso le regaló un traje café, de muy buen paño (“como eran entonces”, en que un buen terno era una gran adquisición y estos tenían algo de eternidad), y pasó el tiempo, y el generoso hermano, algo extrañado de ver que jamás se ponía el traje, lo visitó, decidido a preguntarle por el terno, y en la habitación del P. Patito vio que el traje estaba todo cortado, lo había convertido en tela para escapularios que él mismo confeccionaba y que después repartía entre sus amistades y fieles.

Pero de las palabras del Provincial quiero referirme el momento de la muerte del anciano sacerdote. Alguien le avisa al superior que el P. Patito está con dificultades para respirar, acude, con todos los resguardos de este tiempo de pandemia, vestimenta especial, doble mascarilla, guantes quirúrgicos, y llega ante el padre enfermo. Lo ve en la gravedad de su estado, comienza a cantar, a cantar las oraciones que tanto quiso el P. Patito, y así lo acompañó. Canto tras canto se fue dulcificando todo, comenzó a reinar un ambiente de paz en la habitación. La doctora que lo había acompañado, le advierte al Provincial que queda “poquito”, pero que aún el sacerdote puede recibir la comunión. Va el Provincial al sagrario y toma una minúscula parte de la hostia y se la da al sacerdote moribundo, y este la recibe, en una estado de lucidez que hace sentir que sabe que está recibiendo a Cristo sacramentado. Ha recuperado el ritmo normal, suave, de su respiración, está en calma, un ambiente de paz, mientras el Provincial reza: “… Santa María, madre de Dios, /ruega por nosotros, pecadores/ ahora y en la hora de nuestra muerte…”, y el padre Patito da su último suspiro y “entrega el alma a quien se la dio”, en absoluta paz, serenidad infinita de la que puedo saber porque conozco cómo es el paso de quienes mueren en estado de santidad, en un ambiente de entrega absoluta al Creador. Recordé a mi madre, quien hace años dejó esta vida, plena de fe, en ese mismo estado de gracia y plenitud que Dios nos puede conceder.

En lo personal, no lo traté en vida, pero lo vi muchas veces, de estatura bajita, delgado, siempre con su hábito, acompañado de una enfermera, con un aura de hombre santo, con eso que se nota en los ojos, en la mirada, en los gestos: la de quien ha llevado su espíritu a los territorios del amor y de la entrega total a su Maestro.

Se lo recordará como un ejemplo a seguir, “vivió laudablemente”, murió santamente.

JMR, Santiago, julio de 2020

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